La filosofía de Søren Kierkegaard
provee la fundación teórica del existencialismo en el siglo XIX. El
existencialismo ateo comienza a ser reconocido tras la publicación, en
1943, de El ser y la nada de Jean-Paul Sartre, quien explícitamente después alude a él en su El existencialismo es un humanismo de 1946. Sartre había escrito previamente sobre el espíritu del existencialismo ateo (p.ej.: La náusea (1938) y las historias cortas de su colección de 1939.
El término hace referencia a la exclusión de cualquier creencia
transcendental, metafísica o religiosa desde un pensamiento filosófico
existencialista. El existencialismo ateo no puede nunca compartir
elementos (p.ej.: la angustia o la rebelión a la luz de la finitud
humana y las limitaciones) con el existencialismo religioso ni otros
existencialismos metafísicos (p.ej.: con la Fenomenología y los trabajos de Heidegger).
El existencialismo ateo confronta la ansiedad por la muerte (Terror management theory)
sin apelar a la esperanza de ser alguien salvado por Dios (ni otras
salvaciones sobrenaturales como la reencarnación). Para algunos
pensadores, el malestar existencial es sobre todo teórico (como lo es
con Jean-Paul Sartre), mientras para otros filósofos se ven muy afectados por la angustia existencial (ejemplo de ello es Albert Camus y su discusión de lo absurdo).
Según Sartre la existencia precede a la esencia, lo que significa que, primeramente existe el ser humano (ej.: aparece en escena) y solo después se define a sí mismo.
Si el hombre, tal y como el existencialismo lo concibe, es
indefinible, es porque al principio no es nada. Solo después será algo, y
él mismo habrá hecho lo que será. No existe la naturaleza humana, ya
que no hay un dios que la conciba. No solamente el hombre es lo que se
concibe a sí mismo ser, si no que también es únicamente lo que quiere
ser después de este impulso hacia la existencia.
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